La última batalla de Generation X
Cuando Generation X lanzó Dancing With Myself en 1980, no fue solo una canción lo que soltaron, sino un cóctel molotov de energía punk, arrogancia pop y una individualidad cruda arrojada a las brasas moribundas de los años 70. Liderado por el carisma feroz de Billy Idol, este tema es una explosión de tres minutos de rebeldía envuelta en una melodía tan contagiosa que podría hacer poguear a una estatua. Vamos a pelar las capas de esta joya punk-pop para entender por qué sigue brillando intensamente, como un faro de su época y un grito atemporal de insurrección.
La historia del origen de la canción es pura serendipia punk. Nacida de las cenizas de la encarnación anterior de Generation X, Dancing With Myself fue lanzada inicialmente en 1980 como un sencillo por la banda, antes de que Billy Idol la reinventara para su carrera en solitario en 1981. Cuenta la leyenda que la banda, desmoronándose tras giras agotadoras y choques creativos, volcó sus frustraciones en este tema durante las sesiones en los estudios AIR de Londres. Se puede sentir en los riffs de guitarra afilados como cuchillas de Bob “Derwood” Andrews y en el impulso implacable del bajo de Tony James. Cada nota suena como un gesto desafiante contra la conformidad.
¿Qué hace que esta canción sea tan condenadamente buena? Es la alquimia entre la aspereza y el brillo. El riff inicial golpea como una navaja, atravesando la neblina del post-punk con una melodía que combina peligro y ganas de bailar. La voz de Idol, mitad mueca desafiante, mitad susurro melódico, transmite una soledad desafiante que resuena con cualquiera que alguna vez se haya sentido fuera de lugar. La letra, con su celebración sin disculpas de la autosuficiencia («Si buscara por todo el mundo / Y hubiera todo tipo de chica / Pero tus ojos vacíos parecen pasar de mí»), convierte la soledad en un acto rebelde digno de alzar el puño. Súmale la batería atronadora de Mark Laff, y tienes una canción que es tanto una invitación a la pista de baile como un manifiesto para los inadaptados.
Con su cabello rubio decolorado y su pedigrí punk-rock, Billy Idol surgió como una de las figuras más distintivas de la era post-punk, liderando a Generation X y lanzando himnos como ‘Dancing With Myself’ que capturaron la energía inquieta de una nueva generación.
Record Mirror, 1981
En el contexto de su época, Dancing With Myself marcó un punto de inflexión. A finales de los años 70 y principios de los 80, la escena musical era un campo de batalla de ideologías sonoras. La furia cruda del punk daba paso a los ganchos pulidos de la new wave, y el hedonismo de la disco vivía sus últimos momentos. Generation X, con su actitud desafiante vestida de cuero y su sensibilidad pop, hizo de puente entre esos mundos. La energía contagiosa de la canción capturó el espíritu de una generación atrapada entre el espíritu DIY del punk y la inminente explosión pop impulsada por MTV. Fue un tema que podía sonar tanto en un club mugriento de Londres como en un estudio reluciente de Nueva York, encarnando la transición de la rebeldía underground al estilo mainstream. Su reedición bajo el nombre de Billy Idol, con una producción más pulida, consolidó su lugar como un proto-himno de los años 80, una década que abrazaría la individualidad con una osadía empapada en neón.
La huella cultural de la canción es innegable. Acompañó un cambio hacia el empoderamiento personal en la cultura pop, allanando el camino para las personalidades desmesuradas de la era MTV. Se puede rastrear su ADN en todo, desde los experimentos con inclinación pop de The Clash hasta los himnos cargados de sintetizadores de los New Romantics. Basta con ver la actuación de Billy Idol en el videoclip de 1981, con el puño en alto, el pelo de punta, los guantes de cuero y esa sonrisa desafiante, para ver el molde de cada estrella de rock que alguna vez desfiló sobre un escenario. Generation X puede que se haya desintegrado rápidamente, víctima de tensiones internas (se rumorea que Derwood y Laff estaban hartos del protagonismo creciente de Idol), pero Dancing With Myself perdura como su máximo logro.
Esta es una canción que no solo te invita a bailar. Te exige que tomes la pista, estés solo o no. Es el sonido de una banda al límite, de un líder encontrando su voz, y de un momento en el que el gruñido del punk se cruzó con el brillo del pop. Súbela al máximo y baila como si nadie te estuviera mirando.