Una explosión aprobada por Lemmy
Algunas canciones llegan como una brisa cálida por la ventana. White Limo derriba la puerta, te agarra por el cuello y te grita cosas ininteligibles al oído hasta que te conviertes o acabas aturdido. Esto no es el típico Foo Fighters para la radio. Es Grohl pisando a fondo, canalizando el desenfreno de Motörhead más que el pulido de estadio de Learn to Fly. Es brutal, grotesco y brillante.
Construida como una pelea de bar en 4/4, White Limo aterrizó en 2011 en Wasting Light, un álbum grabado en analógico en el garaje de Dave Grohl, en cinta, sin ordenadores, sin redes digitales de seguridad. Producido por Butch Vig (sí, el mismo mago detrás de Nevermind), todo el disco era una carta de amor a las imperfecciones, pero White Limo era el dedo del medio. Es el tipo de pista que hace sudar a los ingenieros de sonido y hace que los fans levanten el puño en el aire, mitad caos, mitad celebración.
Las voces de Grohl no están tanto “cantadas” como lanzadas, desgarradas y distorsionadas hasta quedar irreconocibles, como un hombre poseído por el fantasma de cada banda de bar cutre que alguna vez tocó demasiado fuerte. Taylor Hawkins golpea la batería como si le debiera dinero, y las guitarras no tanto hacen riffs como entran en erupción. Es punk filtrado por metal, canalizado por un grupo de tipos que una vez fueron teloneros de Sonic Youth y que nunca olvidaron el olor a sudor y acople.
Y en esa nota, el homenaje al metal al estilo Judas Priest titulado ‘White Limo’ es, sin duda, lo más brutalmente impresionante que la banda ha lanzado en los últimos diez años.
(Jeff Terich, Treble, 2011)
Lo que hace que White Limo sea tan emocionante es la intención. En una época en la que el rock estaba o bien sometido al auto-tune o sepultado bajo la ironía indie, Foo Fighters lanzaron una pista que parecía un desafío. No fue diseñada para dominar las listas. Fue una catarsis. Un recordatorio de que esta banda, a menudo calificada de «demasiado segura» por los puristas de la chaqueta de cuero, aún podía escupir dientes cuando la ocasión lo requería.
El videoclip, con el propio Lemmy Kilmister paseando en la limusina blanca del título, fue un apretón de manos entre generaciones. Grohl siempre ha rendido culto al volumen y la velocidad, y White Limo fue su ofrenda. No es su canción más famosa. Ni siquiera la más melódica. Pero quizás sea la más esencial. Una rabieta de tres minutos que demostró que, incluso tras dos décadas, Foo Fighters todavía tenían veneno en los colmillos.