Canciones para el final y más allá
Basildon, Essex, 1980. Un grupo de jóvenes con sintetizadores baratos y flequillos marcados se reúne en habitaciones suburbanas y centros comunitarios. Están rodeados por la Inglaterra de Thatcher, calles grises y cocinas fluorescentes. Vince Clarke compone melodías brillantes que relucen como luces de supermercado, y Dave Gahan aparece con su actitud de cuero y voz profunda. Se hacen llamar Depeche Mode. Tocan pop electrónico pegadizo con una sonrisa y un espasmo, y pronto su sencillo Just Can’t Get Enough explota en los clubes del Reino Unido. Es dulce, inmediato, adictivo. Un himno perfecto para los comienzos del synthpop.
Después de la salida de Vince, Martin Gore toma el relevo en la composición. El sonido se vuelve más oscuro, más íntimo. See You, Leave in Silence, Everything Counts se despliegan con ritmos metálicos y emociones contenidas. El grupo se aleja del pop pulido y se adentra en las sombras. Construction Time Again y Some Great Reward introducen texturas industriales, ruidos sampleados y temas de control, deseo y destino. Alan Wilder moldea la arquitectura sonora con precisión meticulosa. La música se vuelve más fría y física. Los fans los siguen sin dudar por estos pasillos más sombríos.
Black Celebration y Music for the Masses empujan aún más al grupo hacia paisajes sonoros construidos sobre tensión, ritual y anhelo. La voz de Gahan se vuelve más pesada, las letras de Gore más desnudas. Los conciertos crecen. El recital en el Rose Bowl en 1988 sella su estatus como íconos globales. Luego llega Violator, con sus superficies pulidas y corrientes subterráneas de obsesión. Personal Jesus, Enjoy the Silence, World in My Eyes inundan las ondas. La imaginería de Corbijn los convierte en estatuas de la desilusión moderna. El álbum se vuelve un hito, no por su popularidad, sino por su pureza.
Los primeros años noventa los ponen a prueba. Gahan cae en la adicción. Songs of Faith and Devotion irrumpe con sudor, guitarras y tonos gospel. I Feel You, Walking in My Shoes, In Your Room son gritos al borde del abismo. La gira se vuelve interminable. Alan se va. Dave casi muere. Y sin embargo, el grupo sigue. El sonido muta pero sigue siendo inconfundible. Cada álbum parece una supervivencia, una página arrancada de un diario chamuscado. No buscan reinventarse. Documentan lo que queda.
Ultra llega en 1997 con electrónica magullada y melodías fantasmales. Barrel of a Gun abre como una amenaza. Home se convierte en un himno de orgullo herido. Exciter sigue con susurros y calidez sintética. Los años 2000 muestran a una banda marcada por la edad, pero no domesticada. Playing the Angel aporta una nueva fuerza. Precious, Suffer Well, A Pain That I’m Used To evocan su pasado con una voz que ya no tiene nada que demostrar. Gahan empieza a escribir letras. El dúo se vuelve más fluido, menos rígido. Su vínculo lleva el peso de las décadas.

Sounds of the Universe y Delta Machine mantienen la máquina en marcha. Bucles con tintes de blues, decadencia digital y ritmos obstinados se extienden por los álbumes. El grupo ya no persigue las tendencias. Su música se siente como aliento sobre vidrio frío. Cada gira crece en escala. El público canta cada palabra. Heaven, Should Be Higher, Welcome to My World laten con una intensidad pausada. Las imágenes siguen siendo impactantes. Los rituales permanecen intactos. El grupo se mueve como un organismo con su propio ritmo y hambre.
En 2017, Spirit aterriza en un mundo al borde del colapso. Las letras se vuelven políticas, casi resignadas. Where’s the Revolution, Cover Me, Going Backwards pintan paisajes sombríos. Sin embargo, las melodías cargan destellos de calidez. La gira se extiende por todo el mundo. Fletch se mantiene firme y sereno detrás de su teclado. Gahan abre los brazos como alas. Gore canta Somebody bajo un halo de silencio. No hace falta explicar nada. La conexión es física, celular, permanente.
En 2022, Andrew Fletcher muere. El núcleo del trío se pierde. El duelo moldea los pasos siguientes. En 2023, aparece Memento Mori. El título habla en voz baja. Las canciones miran a la muerte a los ojos y cantan de todos modos. Ghosts Again, My Cosmos Is Mine, Wagging Tongue reflejan ausencia y continuidad. Gahan y Gore giran por el mundo, mayores e inquebrantables. Los conciertos se agotan. El público llega vestido de negro, coreando cada estribillo como si fuera escritura sagrada. El duelo se convierte en música. El silencio se convierte en sonido.
Depeche Mode sigue. Sus canciones persisten en clubes, películas, auriculares, memorias. Han influido a generaciones de artistas sin buscar reconocimiento. Han atravesado décadas sin un destino claro. Su legado no está congelado en el tiempo. Respira, cambia, perdura. Su nombre sigue parpadeando en neón sobre pantallas de estadios. El sonido sigue mudando de piel. Y el pulso no se detiene.