Perseguido por el groove
Abróchense el cinturón, adictos a la música, porque Black River Boogie de Big Soul es un cóctel molotov sónico que estalla con funk crudo, desparpajo blusero y un pulso rock ‘n’ roll capaz de despertar a un paciente en coma. Este tema, extraído de su álbum de 2001 Funky Beats, es una clase magistral de sinergia rítmica, donde riffs de guitarra sucios y una sección rítmica más ajustada que los vaqueros de un hipster chocan para crear algo gloriosamente sin pulir pero innegablemente infeccioso. Big Soul, formado por la bajista y vocalista Caroline Wampole, la guitarrista Kelleth Chinn y el batería Dean Jenkins, se ganó un nombre en la escena underground de Los Ángeles y San Francisco, vendiendo discos autoeditados por diez dólares en conciertos sudorosos de clubes. No fue hasta que una turista francesa compró uno de esos CDs por impulso que su sonido prendió fuego al otro lado del Atlántico, gracias al DJ parisino Jacque Dumas que pinchó temas como “Hippy Hippy Shake” y “Le Brio” hasta convertirlos en himnos de club. Black River Boogie es el tipo de canción que demuestra por qué esa compra impulsiva lo cambió todo.
Desde la primera nota, Black River Boogie te agarra del cuello y te arrastra a su pista de baile. El riff de guitarra inicial, cortesía de Kelleth Chinn, es una bestia rugiente y distorsionada; imagínalo como el hijo bastardo de la crudeza de Jimi Hendrix y el garage-blues de The Black Keys. No es solo un riff, es una declaración, empapada de actitud y con la suficiente distorsión como para sentir que ha sido arrastrada por un pantano de Luisiana. El trabajo de guitarra de Chinn aquí es engañosamente sencillo, construido alrededor de una base en Mi mayor que desfila con una energía alegre, casi temeraria. Los riffs no se limitan a tocar notas; se mueven, encajando en el groove como una llave en una cerradura bien engrasada. No es casualidad: los años de Big Soul en bares de mala muerte afinando su arte les enseñaron a hacer que cada acorde se sienta como un puñetazo que estás encantado de recibir.
Esta banda desprendía una energía excepcional, sin importar el tamaño del escenario. Siempre pensé en Big Soul como dinamita, como “Rock Realmente Grande y Concentrado”.
(Jean François Vibert, 2007)
Hablemos ahora de ese groove, porque aquí es donde ocurre la magia. La línea de bajo de Caroline Wampole es el latido del corazón de Black River Boogie, un pulso sinuoso e implacable que se mueve como una pantera acechando a su presa. No se trata solo de marcar el ritmo; su bajo teje una base funk que es a la vez hipnótica y propulsora, dándole al tema su balance irresistible. Súmale la batería de Dean Jenkins, nítida y percutiva, con un backbeat que golpea como un mazo, y tienes una sección rítmica que no solo sostiene la canción, la impulsa. La sinergia aquí es alquímica: el bajo y la batería crean un “pocket” tan profundo que podrías perder tu cartera en él, mientras los riffs de Chinn bailan encima, alternando entre golpes cortantes y floreos melódicos. Es como si el trío mantuviera una conversación musical, incitándose mutuamente a apretar más, a profundizar el groove.
Lo que hace que Black River Boogie destaque es cómo equilibra la espontaneidad cruda con una artesanía meticulosa. La estructura de la canción es lo suficientemente suelta como para sentirse como una jam session capturada al vuelo, pero cada elemento está perfectamente colocado. Mira el puente, donde la guitarra de Chinn regala un solo breve y desgarrador, nada ostentoso, puro soul blusero que corta la mezcla como una navaja. Es un guiño a las raíces blues de la banda, filtrado a través de su particular lente funk-rock. Hay un momento, a dos tercios del tema, en que la voz de Wampole (sultry y autoritaria) desaparece, dejando que los instrumentos respiren. Ahí sientes la química de la banda con más claridad: cómo guitarra y bajo intercambian frases y pasajes, como viejos amigos terminándose las oraciones, mientras los platillos de Jenkins estallan como signos de exclamación en el groove.
Dicen que en los primeros conciertos de Big Soul la energía era tan eléctrica que vendían todo su merchandising antes del encore, con fans clamando por más de esa energía sin filtros. Black River Boogie captura esa vibra de alta tensión en vivo, embotellando el sudor y el soul de aquellas noches de club. Su fuerza infecciosa radica en negarse a sobrepensar, al igual que la ética de la banda: se trata de enchufarse, soltarse y surfear la ola. La interacción entre la guitarra y la sección rítmica se siente como un choque de palmas musical, testimonio de un grupo que pasó seis años labrándose un hueco en la oscuridad antes de su gran oportunidad. No es de extrañar que un DJ parisino se enamorara de un tema así; tiene ese andar universal que trasciende fronteras.
En un mundo donde la música puede sentirse sobreproducida y estéril, Black River Boogie es un glorioso recordatorio de lo que ocurre cuando tres músicos se sincronizan y dejan que el groove hable. No es solo una canción, es una vibra, un estado mental, un llamado a subir el volumen y menear las caderas hasta que los vecinos se quejen. Big Soul quizá no reescribió las reglas, pero con Black River Boogie nos regalaron un tema tan atemporal como una chaqueta de cuero gastada y tan fresco como la primera vez que lo escuchaste. Enchúfate, dale al play y deja que el boogie te arrastre por el río.