La canción tonta más inteligente jamás escrita
Empieza con un canto: ¡Hey! ¡Ho! ¡Vámonos! Cuatro palabras que lanzaron una revolución con vaqueros rotos y zapatillas pegadas con cinta adhesiva. No hay una gran introducción, ni un crescendo. Solo ignición instantánea. Como encender un mechero en una habitación llena de gas. Blitzkrieg Bop, el sencillo debut de los Ramones de su álbum homónimo de 1976, prendió fuego al pasillo y bailó sobre las cenizas.
Con una duración de menos de dos minutos y medio, la canción es tan delgada que podría esconderse detrás de un poste telefónico. Pero dentro de su simplicidad reside su genialidad. Unos pocos acordes, un ritmo implacable y letras que suenan como tonterías de animadora hasta que te das cuenta de que hacen referencia a las tácticas de blitzkrieg nazis, reimaginadas a través del absurdo del rock ‘n’ roll. Es en parte sátira, en parte poesía callejera, y todo actitud. Escrita por Tommy y Dee Dee Ramone, la canción trataba sobre energía, movimiento, impulso. Sobre cuerpos chocando bajo las luces parpadeantes del club.
Los Ramones no eran refinados. No hacían armonías ni solos ni poses. Se alineaban y atacaban cada canción como si les hubiera insultado la madre. Su sonido estaba construido como un muro de hormigón: primitivo, ruidoso, inamovible. Y Blitzkrieg Bop era el plano. Era la antítesis del rock inflado y empapado de ego de mediados de los 70. Sin capas, sin láseres, sin solos de batería de quince minutos. Solo cuero negro, cortes de pelo horribles y ese tipo de ganchos pop que harían que Phil Spector sintiera envidia (más tarde produciría para ellos y, según se dice, les apuntó con un arma en el estudio, pero esa es otra historia).
Lo que hacen los Ramones es ofrecer un conjunto ininterrumpido de canciones cortas, rápidas e intensamente monocromáticas. (…) las consideraciones convencionales sobre el ritmo y la variedad se arrojan calculadamente al viento. Los ingredientes son la simplicidad misma.
(John Rockwell, New York Times, 1976)
Lo que hace que la canción sea atemporal es su negativa a explicarse a sí misma. No suplica un significado ni exige reverencia. Simplemente es. Y esa es la magia. Dio permiso a toda una generación de jóvenes para coger guitarras, tocar tres acordes y gritar al vacío. Se trataba de liberación. Una liberación cruda, ridícula y rebelde.
Años después, es un himno de estadio, un clásico en bandas sonoras de películas, un eslogan en camisetas. Pero en sus entrañas, Blitzkrieg Bop sigue siendo salvaje. Un rechazo perfecto y aullante al aburrimiento. Un recordatorio de que a veces, la idea más tonta (gritar “¡Hey! ¡Ho!” como un loco) puede cambiar el curso de la historia de la música.