Un himno forjado en terciopelo y acero
Comenzando con un retumbo, como un motor que vuelve a arrancar en la oscuridad. Luego llega la línea de sintetizador mecánica pero de alguna manera atractiva y cadenciosa, que invita al oyente a moverse antes de que se pronuncie la primera palabra. Never ever let me down. Lanzado en 1987 como el segundo sencillo de Music for the Masses, una vez más, no es solo una canción. Es un pacto, una ilusión, una oración encerrada en un pulso. Para ese momento, Depeche Mode ya había dejado atrás su juventud synthpop. Estaban descubriendo algo más grande, más oscuro, más pesado y mucho más cinematográfico.
Seguro de sí mismo y con una amenaza latente, el barítono de Dave Gahan lleva las letras como una confesión susurrada un poco demasiado alto. “I’m traveling with my best buddy,” declara; al principio suena inocuo, algo piadoso. A medida que avanza la canción, queda claro que el viaje es más químico que común. Durante mucho tiempo se pensó que era una alusión velada al consumo de drogas—especialmente dolorosa si se considera las luchas de Gahan en los años posteriores—el verdadero genio de la canción reside en su vaguedad. ¿Se trata de confianza? ¿Adicción? ¿Fe ciega? Probablemente las tres cosas.
El arreglo de Alan Wilder aquí es magnífico; es elegante sin caer en la extravagancia. Combina ritmos industriales, pads envolventes y una orquestación delicada hasta que la pista eleva la canción por encima del oyente. Especialmente en la versión extendida, el outro es una clase magistral de anarquía regulada, como los engranajes de una máquina que apenas se desincronizan. Los coros de Martin Gore ofrecen el contrapunto perfecto: vulnerable donde Gahan es autoritario, fantasmagórico donde él es hipnótico.
Se trata del concepto de huir de la realidad y del mal que despierta después. Cualquier tipo de huida. Drogas, alcohol o lo que sea.
(Martin Gore, Bravo Magazine, 1987)
Nunca me falles
Rápidamente se convirtió en un imprescindible en vivo, con su característico estribillo de movimientos de brazos que ahora es un ritual en cada actuación de Depeche Mode. Comenzando como un himno sintético y deprimente, se transformó en un himno unificador. Esa frase recurrente, «never let me down» (nunca me falles), toca una fibra colectiva en algún punto entre la desesperación y la desafío. No se percibe como irónica en los estadios. Se siente como una necesidad para sobrevivir.
Tres décadas después, la canción sigue resonando con un poder implacable. Este clásico no solo forma parte del catálogo de Depeche Mode, sino también del desarrollo de la música electrónica en general. Demostró que los sintetizadores podían ser apasionados, que la oscuridad podía ser compartida, y que el pop podía marchar como un ejército con botas y delineador de ojos. Never Let Me Down Again no solo definió su escena. La sobrevivió.