El sonido sin filtros de 1977
El bajo ruge grave, constante, agresivo. Con ese tono redondo y saturado que Jean-Jacques Burnel desarrolló tras años tocando con cuerdas planas y golpeando su amplificador más veces que muchos baterías sus propias baquetas, cada nota avanza como una amenaza. Nunca ostentosa, la batería lo sigue de cerca, básica y seca. Por encima, el órgano se desliza, juguetón y extraño, siempre al borde de perder el control, pero con una mano aún agarrada al ritmo. Hugh Cornwell pronuncia las palabras como si marcara casillas en una lista que ya no importa, con frialdad, agudo y plano.
Las palabras distribuyen nombres como fotografías olvidadas en un suelo mugriento: Trotsky, Lenny Bruce, Shakespeare, Sancho Panza. Ningún homenaje, ninguna explicación, solo una lista de lo obsoleto. No son obituarios. Son fragmentos lanzados con una carcajada. El título lo dice todo. El olor a basura y a spray barato impregnaba Londres en 1977. Los héroes ya no olían así. Con aliento a alcohol y sin disculpas, salía del pub arrastrándose hacia la radio.
Los Stranglers cruzaban la escena punk de lado. Más viejos, más curtidos, menos entusiastas con los eslóganes. Burnel dominaba mejor el francés que el inglés y practicaba kárate. Cornwell había hecho sus experimentos químicos antes de montar el grupo. Telonearon a Patti Smith y fueron expulsados de escenarios por pelear avec le public. Sirenas de policía y botellas rotas cerraban sus conciertos. Esa discordia nunca abandonó su música. Se incrustó en los surcos de sus canciones como el polvo en el vinilo.
“Nos salimos con la nuestra”, dijo Hugh Cornwell sobre la era de No More Heroes, al reflexionar sobre el enfoque provocador y rebelde de la banda durante su ascenso explosivo en 1977.
(Mick Wall, Louder Sound, 2023)
La mezcla se mantiene ajustada, casi asfixiante. Nada sobresale demasiado. Todo se repliega en el ritmo. Nunca suave, las líneas de teclado giran en espirales, haciendo girar el riff como buitres. Grueso y constante, el bajo empuja todo hacia adelante. No hay aire en esta pista. Solo tensión, ritmo y paredes. Suena como una banda tocando con la espalda contra el muro, los ojos puestos en la salida.
No More Heroes retrata perfectamente una sensación que nunca pidió definición clara. Se lee como una nota garabateada en el baño de un bar. Los discursos han terminado. También la era de los mitos. Lo que queda es un riff, un gruñido, una canción de cuatro minutos con marcas. No hay preguntas. No hay respuestas. Solo huellas y sonido.