Las muchas vidas de un icono británico
Con el fútbol en la sangre y una armónica en el bolsillo, creció en Highgate. Rod Stewart, hijo de un maestro de obras escocés criado en Londres, tenía el orgullo obrero grabado en los huesos y una rebeldía pícara en la actitud. Aunque fue su pura vitalidad la que lo atrajo a los clubes de blues del Londres de los años 60, sus primeros pasos en la música vinieron tras coqueteos con la pintura y el fútbol. Sus primeras colaboraciones con Long John Baldry y Steampacket forjaron su perseverancia, pero fue Jeff Beck quien le proporcionó la chispa. La voz de Rod estalló como papel de lija sobre llamas en Truth y Beck-Ola: urgente, emocional, ineludible.
Luego llegaron los Faces, ruidosos, desordenados, brillantes. Con Ron Wood a su lado, Stewart se entregó al descaro del rock and roll mientras lo anclaba en la calidez de los pubs. Canciones como «Stay with Me» eran himnos de caos y fraternidad, no solo éxitos. Paralelamente, su carrera en solitario tomaba otro rumbo, más introspectivo y más soul. Every Picture Tells a Story (1971) no solo destacó su voz, sino que capturó a la perfección una época en la que el rock aún podía sonar natural. Para los inquietos y los románticos, «Maggie May» se volvió un himno, un relato de desafío y remordimiento que aún inspira a generaciones.
Rod Stewart floreció en dos mundos. Podía susurrar con una acústica y luego gritar con una banda. Ese equilibrio lo hizo magnético. En «Mandolin Wind», cantaba con la dulzura de una tarde de verano; «You Wear It Well» ofrecía una narrativa sarcástica con estilo y picardía. Inspirado por el folk, el R&B y el rock primitivo, nunca sonó como un homenaje. Sus composiciones daban mandolinas a los corazones rotos y violines al blues. Se mudó a Estados Unidos y comenzó a abrazar un sonido más suave y hecho para la radio con Atlantic Crossing en 1975. “Sailing” mostró su alcance cada vez mayor, tanto musical como emocionalmente.
A finales de los años 70 y principios de los 80, todo era brillo y espectáculo. Con pantalones ceñidos, un rubio imposible y una voz capaz aún de romper corazones, Rod se convirtió en una figura de estadio. Mientras «Do Ya Think I’m Sexy?» llevaba el coqueteo disco al máximo, «Young Turks» añadió velocidad y sintetizadores a su estética. Aun así, canciones como «Tonight’s the Night» y «I Was Only Joking» demostraban que nunca perdió el contacto con la vulnerabilidad. Cantaba sobre el amor, el deseo, las noches que podían desmoronarse o volverse eternas.
La voz de Rod Stewart tiene un grano que ningún pulido de estudio puede borrar. Es el sonido de la emoción auténtica, rota, valiente, eufórica. Sabía que una gran canción exige precisión y actitud. Por eso temas como «The First Cut Is the Deepest» o «Downtown Train» conservan una magia intemporal. Nunca se aferró a una sola identidad. Cambió con los tiempos, sin dejar de ser él mismo. Su voz permaneció anclada en la experiencia humana incluso cuando las modas se desvanecían a su alrededor.

Stewart tomó giros inesperados con gracia en los años 90 y 2000. Envuelto en terciopelo y aspereza, su serie Great American Songbook presentó a una nueva generación los clásicos del jazz. Los reinterpretó con respeto y elegancia, sin imitar a Sinatra. Vendiendo millones de copias, estos álbumes recordaron al mundo que Rod aún tenía la capacidad de sorprender, de encantar y de cantar directamente al corazón. Mientras muchos de sus contemporáneos se apagaban, él seguía brillando.
El vínculo de Rod con su público siempre ha trascendido el simple espectáculo. Canta con una autenticidad que cruza generaciones, ya sea con «Have I Told You Lately» o pisoteando con «Hot Legs». Sus conciertos son como reuniones: llenos de vida, humor, un poco salvajes, pero siempre anclados en la generosidad. Su presencia en escena es honesta, no solo atractiva. Interpreta las canciones como recuerdos compartidos, bromas y bailes.
Su gira de despedida se convirtió en una celebración de todo lo que había construido en 2023. Fans de todas las edades se reunieron en distintos continentes para escuchar esa voz una vez más, no por nostalgia, sino por alegría. Centrado en la narración y en versiones acústicas, Rod prepara una residencia más íntima en Londres desde 2025. No se trata de una despedida. Es otro capítulo. Uno en el que baja el volumen justo lo necesario para que la poesía respire.
Uno de los pocos artistas cuya carrera abarca siglos sin perder el alma, Rod Stewart sigue siendo un caso raro. Su obra es una gramola de ternura y éxito, de hedonismo y tristeza. No solo moldeó melodías, moldeó vidas. Su voz, ronca, melódica, absolutamente distintiva, sigue resonando en radios, estadios y rincones apartados. Rod Stewart sigue demostrando, en un mundo que siempre busca lo siguiente, que lo que realmente importa es lo atemporal.