Basildon, Essex, 1980. Un grupo de jóvenes con sintetizadores baratos y flequillos marcados se reúne en habitaciones suburbanas y centros comunitarios.
Comenzó con una campanada, no con una explosión. Como una señal extraterrestre, el timbre cristalino del Yamaha DX7 surgió en 1983, una brisa fría que se colaba por la ventana del calor analógico del rock.
Comenzando con un retumbo, como un motor que vuelve a arrancar en la oscuridad. Luego llega la línea de sintetizador mecánica pero de alguna manera atractiva y cadenciosa, que invita al oyente a moverse antes de que se pronuncie la primera palabra.